A Joe, mi alter ego
Podemos estar preparados para asumir nuestra propia muerte. Al fin y
al cabo se trata de un diálogo con uno mismo para racionalizar que
nuestro paso por este territorio es transitorio. Lo que resulta más
complicado es asumir la desaparición de alguien a quien queremos y está a
nuestro lado —sea de nuestra especie o pertenezca al universo de las
llamadas mascotas—.
Por mucho que ese final esté anunciado por el desarrollo de una
enfermedad o porque ocurra de manera imprevista, todos tenemos un
componente emocional que se desborda en esos momentos y que se amplifica
con la súbita aparición en nuestra mente de momentos vividos junto a
ese ser querido.
Jugarretas de nuestro cerebro
y de las neuronas, las emociones y la memoria se alojan en la misma
zona y ambas se activan en ese fatal instante, lo que hace que la tristeza
se acentúe ante esas evocaciones. Paradójicamente, ambos, los
sentimientos y recuerdos, son los responsables de nuestro éxito
evolutivo (nuestra supervivencia) y de la denominada inteligencia
emocional. Pero también hay algo más.
El dolor y las imágenes que nos asalta cuando quien se marcha es un noble-orejotas-testarudo de cuatro patas
nos hace comprobar que a lo largo del tiempo de convivencia, esas
vivencias provocaron un cúmulo de emociones, sentimientos… que crearon
un vínculo indestructible basado en la empatía.
Ese teórico ser inferior
pasó a ser un alter ego, un recipiente de tus propias emociones, un
espejo ante el cual —de una manera y otra— necesitabas verte para poder
superar tus propias contradicciones. Que él era capaz de anticiparse a
tus sentimientos y que gracias a ello tu has crecido en compromiso,
afecto, sensibilidad y empatía hacia los demás. La empatía, que forma
parte también de la inteligencia emocional, se desarrolla en la misma
parte del cerebro que el mecanismo de la memoria.
Y volvamos al duelo, a ese momento en el que afrontas la muerte de
ese ser querido. Como organismo tenemos una tolerancia bastante baja al
dolor —sea físico o psíquico— y nuestro cerebro, más tarde o más
temprano, se encargará de fabricar serotonina —la hormona del
placer— y con el aumento o equilibrio de los niveles de la misma esos
recuerdos que ahora nos angustian pasarán a ser sólo eso, recuerdos sin
otra carga emocional que el placer de haberlos compartido junto a él.
Por último, con independencia de creencias y razonamientos, todos los
seres vivos estamos llenos de energía, y ya saben que ésta, ni se crea
ni se destruye, sólo se transforma. Piense que esa pieza que ahora echa en falta y le provoca tanto dolor al menos ya forma parte de tu propio ser.
Enrique Leite, periodista
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