Juan José Millás
¿Le preguntará el Rey a Rajoy, cuando despachan, de dónde saca el
cuajo con el que gobierna o desgobierna este pobre país? Es que si
nosotros, usted y yo, ciudadanos corrientes, tuviéramos un familiar, un
amigo, un vecino que disparatara con la soltura del presidente y en
direcciones tan opuestas, hablaríamos, si no con él, con su mujer, sus
hijos, su médico de cabecera, para alertarles de lo que ocurre, por si
hubiera que tomar medidas de carácter clínico antes de que acabara con
su prestigio y con el de su entorno.
Claro que Rajoy podría sacarle entonces al Rey lo de Urdangarín y lo
de Corinna, y hasta lo de su vieja amistad con Mario Conde, por citar
tres o cuatro menudencias, y quedarían en tablas. Pero debe de haber
alguien de su entorno familiar o político capaz de decirle, en
confianza, que no puede salir en la tele diciendo las cosas que dice, y
menos con esa seriedad tan insultante, que empieza a parecer la versión
triste del payaso alegre de Montoro. No se le conoce una verdad, y en
ningún ámbito, desde que le hacía la oposición a Zapatero. La gente, por
loca que nos hayan vuelto, tenemos unas tragaderas limitadas. Hasta los
subsecretarios comienzan a dudar de sí mismos.
Claro que, a río revuelto, ya se sabe. Así, por ejemplo, mientras
Rajoy da vueltas sobre sí mismo, diciendo en cada evolución lo contrario
de la anterior, Gallardón se excita como un loco imaginando el número
de mujeres que puede encarcelar con la nueva ley sobre el aborto y
Esperanza Aguirre, también en plan disciplina inglesa, saliva insultando
a los jóvenes que se ven obligados a abandonar el país. Que se jodan.
No hay perversión que nos sea ajena. Acabamos de pagar 88 millones a un
banquero indigno que ha decidido jubilarse. ¿Por qué no nos convertimos
de una vez en el burdel económico-venéreo de esta Europa prostibularia?
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