ME GUSTA LA GENTE
Primero que todo
Me gusta la gente que vibra,
que no hay que empujarla,
que no hay que decirle que haga las cosas,
sino que sabe lo que hay que hacer
y que lo hace en menos tiempo de lo esperado.
Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus acciones,
la gente que no deja las soluciones al azar.
Me gusta la gente estricta con su gente y consigo misma,
pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.
Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo,
entre amigos, produce más que los caóticos esfuerzos individuales.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.
Me gusta la gente sincera y franca,
capaz de oponerse con argumentos serenos y razonables.
Me gusta la gente de criterio,
la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó.
Me gusta la gente que al aceptar sus errores,
se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente;
a éstos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente fiel y persistente,
que no fallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente que trabaja por resultados.
Con gente como esa, me comprometo a lo que sea,
ya que con haber tenido esa gente a mi lado me doy por bien retribuido.
Yo... con la salud algo quebrantada y no sé si recuperable, dejo a mi segunda mujer mis brazos y mis piernas, en recuerdo de que con unos y con otras la abarqué y la ceñí, la incorporé a mi territorio, la gocé y logré que me gozara. También le dejo mis rabietas de verdugo y mis caricias de arrepentido; mis hoscas vigilias y mis nocturnos de minucioso amador; la melancolía que me provocan sus ausencias y el cielo abierto que acompañan sus regresos; la garantía de saberla dormida a mi lado y la certeza de que velará mi último sueño. Yo... dejo también una canción cadenciosa y pegadiza que mi madre cantaba en la cocina mientras revolvía el dulce de leche casero; dejo un cristal con lluvia que me ponía alegremente melancólico; dejo un insomnio con luna creciente y dos estrellas; dejo la campanilla con la que llamaba a la esquiva buena suerte; dejo una tijerita de acero inoxidable con la que, a través de los años, me fui cortando tres o cuatro tipos de bigote; dejo el cenicero de Murano que recogió sin inmutarse las cenizas de mis frustraciones; dejo todos mis apodos y mis remordimientos clandestinos; dejo una ficha de ruleta para que alguien la apueste al treinta y dos; dejo el relámpago de la memoria que a veces ilumina los baldíos de mi conciencia; dejo el cuaderno tabaré cuadriculado donde fui anotando mis vagos presentimientos; dejo un ejemplar del Quijote en papel biblia con notas al margen que testimonian mi aburrida admiración; dejo los gemelos de oro que me regalaron para mi segunda boda y que nunca estrené pues uso camisas de manga corta; dejo la cadenita de mi pobre perro que murió hace tres años porque no supo soportar su viudez; dejo un encuadernado ejemplar de la oda al carajo, única obra maestra del ubicuo bandolero que escribió nuestro himno y el de Paraguay; dejo el antiguo calzador de mango largo que uso en mis temporadas de lumbago; dejo mi valiosa colección de arrugadas expectativas; dejo un cajoncito de cartas recibidas y otro cajoncito con copias de las cartas que no me contestaron; dejo un termómetro enigmático y maravilloso porque siempre nos fue imposible leer en él la temperatura nuestra de cada día; dejo la acogedora sonrisa de la preciosa pero intocable mujer de un amigo que es campeón de karate; dejo el único piojo solitario, anacoreta, que ingresó hace doce años en mi geografía corporal y al que ultimé sin la menor piedad ecologista; dejo un plano muy bonito de Montevideo, recuerdo de una época poscolonial y premoon; dejo mi horóscopo, con sus pronósticos nunca confirmados; dejo un papel secante con la firma (invertida) de un ministro del ramo; dejo un caracol gigante, recogido en una playa oceánica que antes de expirar me miró con la tristeza de su odio salado; dejo una antena de TV, que sólo aportó inéditos fantasmas a mi pantalla; dejo las ojeras de mi hipocondría y los ardides de mi falso olvido; dejo un decilitro de ola atlántica que guardo en un frasco verdiazul para que no extrañe; dejo un sueño erótico y su verdad desnuda, por cierto inalcanzable en la arropada vigilia; dejo una bofetada femenina, injusta y perfumada; dejo una patria sin himno ni bandera pero con cielo y suelo; dejo la culpa que no tuve y la que tuve, ya que después de todo son mellizas; dejo mi brújula con la advertencia de que el norte es el sur y viceversa; dejo mi calle y su empedrado; dejo mi esquina y su sorpresa; dejo mi puerta con sus cuatro llaves; dejo mi umbral con tus pisadas tenues; dejo por fin mi dejadez.
La intimidad de Mario Benedetti contada por su secretario personal
El secretario privado del artista literario Mario
Benedetti, el también escritor Ariel Silva, contó las pasiones de Mario,
el trabajo junto a él y advirtió sobre obras falsas que circulan en
Internet y que lo último que escribió Benedetti fue la estrofa de un
poema que está guardado en la computadora.
Hay algunos poemas que aparecen como de la autoría de Mario, pero no lo son.
-Hay uno que se llama “Testamento” dónde dice que se lo dedica a su
segunda mujer. El tuvo una sola mujer en su vida y fue Luz así que es
evidente que ese poema no es de Mario. Hay otro que dice “me gusta la
gente que tal cosa y me gusta la gente que tal cosa (sic)… Yo le pido a
esa gente que, por respeto a Mario que se asegure de ver en que libro
está si es que le llega un poema que dicen que es de él.
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